martes, 11 de mayo de 2010

La Iglesia Católica en Cuba: Puente para el Diálogo y el Encuentro.

Suplemento Digital Espacio Laical – Mayo 2010. No.102. La revista Espacio Laical puede ser vista en

www.espaciolaical.net

    Ha sido muy publicitada, especialmente en el extranjero, la reciente mediación del cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, con el objetivo de lograr un acuerdo que facilite una relación normal entre el Gobierno cubano y las Damas de Blanco –conjunto de señoras que suelen expresarse públicamente a favor de la liberación de sus familiares presos por razones políticas-.

Muchos analistas se refieren al triunfo del Cardenal cubano y al triunfo de las Damas de Blanco, pues el Gobierno accedió a que podrían marchar por la Quinta Avenida sin pedir permiso a las autoridades, que podrían hacerlo junto a otros familiares que quisieran y que aún podrían extender el espacio de sus marchas. Y sólo pidió a cambio que se retiraran de dicha manifestación las conocidas como Damas de Apoyo, pues estas no son familiares de los presos y por tanto desvirtúan el auténtico sentido de tales manifestaciones públicas.

Por otro lado, algunos han planteado que el mencionado triunfo es sólo parcial, porque no se relaciona directamente con una solución a la causa real de la existencia de las Damas de Blanco: la liberación de sus familiares presos por razones políticas. Y tienen razón, pero sólo a medias, pues la aprobación del accionar de este grupo puede constituir una aceptación por parte de las autoridades de la necesidad de introducir en la agenda de gobierno una gestión encaminada a resolver esa sensible situación. De ahí la importancia de consolidar el acuerdo entre el Gobierno y las Damas de Blanco, con la mediación de la Iglesia Católica.

Tampoco han faltado quienes aseguren que no existe tal triunfo porque el Gobierno desea eliminar del escenario a las llamadas Damas de Apoyo, lo cual redundaría en una reducción del grupo de personas a manifestarse. Es cierto. Es más, el Gobierno puede, incluso, estar previendo que no lleguen a convertirse en un grupo más amplio y con una agenda mucho más política. No obstante, nadie puede negar que esto sea una preocupación real para las autoridades y que a cambio ofrecen licencias sustanciales. Esto último, hay que reconocerlo, es un acto inteligente que muestra una posible voluntad de encontrar una manera nueva y armónica de relacionarse con quienes se le oponen. Por ello afirmamos que este suceso inédito es también un triunfo –muy importante- del Gobierno cubano. 

En todo proceso de negociación cada parte tiene que estar dispuesta a reclamar y a conceder, para que ambas puedan resultar beneficiadas. De lo contrario no resultaría un pacto legítimo, elaborado por medios verdaderamente políticos -en el mejor sentido del término-, que procure acercarse al bien de todos.

Hemos reconocido que el resultado de esta mediación ha sido un triunfo para el cardenal Jaime Ortega (o sea, para la Iglesia Católica en Cuba), para las Damas de Blanco y para el Gobierno cubano. Sin embargo, sabemos que la mejor manera de asimilar este resultado –hasta ahora- positivo, no es de forma triunfalista, sino que ha de hacerse con la humildad necesaria para concienciar que la disposición al encuentro y al diálogo, a la comprensión y al consenso, es el mejor servicio que podemos ofrecer en virtud del bienestar general de la nación.

Conseguir este bienestar, es necesario expresarlo, pasa hoy por: lograr un acuerdo definitivo para el tratamiento a las Damas de Blanco, resolver el sensible problema de los presos por motivos políticos, encontrar el mejor modo para que cada cubano pueda expresar sus opiniones y procurar siempre el consenso entre todos, replantear la cultura antropológica del cubano, refundar las estructuras económicas, y lograr las mejores relaciones con todo el mundo –también con Estados Unidos-.

Si esto fuera fácil, no hubiera problemas. Pero resulta que habrá de procurarse en medio de la apatía de muchos y de las pasiones discordantes de sectores importantes, que resultan claves para conseguir todo lo anterior. Y es aquí donde debe desplegar su desempeño la Iglesia Católica en Cuba. Ella debe facilitar los ánimos para que quienes estén enfrentados decidan entenderse, al menos mínimamente, y así lograr la armonía imprescindible para prefigurar un futuro que pueda alentar con esperanza a todos cubanos.

Dicha labor reclama de la Iglesia una mezcla de altura y de humildad, y una disposición enorme para desgastarse en el servicio de amigar a los cubanos y de promover su creatividad. Esto, con el objetivo de edificar la Casa Cuba, esa bella metáfora que pretende exaltar el ansia de integrarse a lo mejor del mundo pero desde una identidad cubana cada vez más sólida, así como de brindar unos marcos bien amplios para que se realice toda la diversidad nacional pero desde una metodología de la fraternidad.

Esto, por supuesto, será muy difícil si constituye una labor única del cardenal Ortega, arzobispo de La Habana, o de todo el Episcopado cubano. Se hace imprescindible que la haga suya toda la Iglesia. En ello, los laicos tenemos un gran desafío, desde el punto de vista positivo: porque somos la parte de la Iglesia más integrada a los quehaceres del mundo, pero también desde el punto de vista negativo: porque somos además la parte más vulnerable a conservar pasiones y a parcializarse con posiciones políticas particulares. Nada de esto nos ayudaría en tal empeño sanador, y mucho menos si es que pretendemos hacerlo como Iglesia y desde la Iglesia. Sepan nuestro Arzobispo, y toda la Iglesia Católica en Cuba, que el equipo de Espacio Laical está humildemente a su servicio también para esta misión, tan evangélica y tan patriota.

 

 

 

 

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